Nota realizada para el diario "El 9 de Julio"
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jueves, 30 de enero de 2014
jueves, 16 de enero de 2014
Por qué contamos historias
1.
Estamos hechos de historias
En este libro se cuentan algunas historias de
pacientes que atendimos en los últimos años. Nos gusta decir “historias de
pacientes” por nuestra convicción de que, como dice Gregory Bateson en su libro
Espíritu y naturaleza, estamos hechos de las
sustancias de las historias.
Y esta afirmación tiene su peso: si la historia es
nuestra sustancia, no se puede cambiar sin que cambie nuestra esencia.
Pensemos, por ejemplo, en la enorme diferencia que hay entre decir que cada
hombre tiene su historia a decir que estamos hechos de historias.
Si uno tiene una historia, también podría no tenerla, como quien no tiene una
pierna; o podría sustituir su propia historia por una ortopédica. Pero si
estamos hechos de historias, no solo sería imposible no tener una, sino que, si
tuviéramos otra, sencillamente no seríamos los mismos.
Pensémoslo. Si hubiéramos nacido en otra familia,
en otro país o en otro tiempo, seríamos muy diferentes. Y más aún, solo con que
nos hubieran contado otros cuentos y los mitos de nuestra etnia fueran otros… En
fin, si nuestra historia —vivida y aprendida— fuera otra, seríamos muy
diferentes. A lo mejor tan diferentes como si nos cambiaran algunos genes. A
fin de cuentas, nuestros genes también surgieron de larguísimas historias. Lo
que verdaderamente me importa de mí, lo que soy ―mi mente, mi alma, mi vida
anímica― está hecho con la misma sustancia con la que están hechas las
historias. Después veremos de qué sustancias están hechas.
Y porque estamos hechos de historias, nos demos
cuenta o no, siempre pensamos en términos de historias ―dice Bateson―.
Sea que escuchemos, que tengamos que comprender algo o que debamos resolver una
situación, recurrimos a nuestras experiencias, al archivo de las infinitas
historias que nos constituyen, y comparamos, combinamos, inventamos soluciones
mezclando partes de ellas.
Por eso, decir que la experiencia es nuestro mayor
capital es igual a decir que nuestra riqueza interior radica en la posibilidad
de contar con muchas historias ―vividas, escuchadas, leídas, aprendidas― para
cotejar con la que nos interesa en este momento de nuestra vida. Nuestra vida
anímica necesita de historias, se alimenta de ellas, y es más rica o más pobre
según lo ricas o pobres que sean las historias que la alimentan. Un primer
anhelo al publicar este libro es que las historias que contamos sean
nutritivas.
En este libro se cuentan algunas historias de
pacientes que atendimos en los últimos años. Nos gusta decir “historias de
pacientes” por nuestra convicción de que, como dice Gregory Bateson en su libro
Espíritu y naturaleza, estamos hechos de las
sustancias de las historias.
Y esta afirmación tiene su peso: si la historia es
nuestra sustancia, no se puede cambiar sin que cambie nuestra esencia.
Pensemos, por ejemplo, en la enorme diferencia que hay entre decir que cada
hombre tiene su historia a decir que estamos hechos de historias.
Si uno tiene una historia, también podría no tenerla, como quien no tiene una
pierna; o podría sustituir su propia historia por una ortopédica. Pero si
estamos hechos de historias, no solo sería imposible no tener una, sino que, si
tuviéramos otra, sencillamente no seríamos los mismos.
Pensémoslo. Si hubiéramos nacido en otra familia,
en otro país o en otro tiempo, seríamos muy diferentes. Y más aún, solo con que
nos hubieran contado otros cuentos y los mitos de nuestra etnia fueran otros… En
fin, si nuestra historia —vivida y aprendida— fuera otra, seríamos muy
diferentes. A lo mejor tan diferentes como si nos cambiaran algunos genes. A
fin de cuentas, nuestros genes también surgieron de larguísimas historias. Lo
que verdaderamente me importa de mí, lo que soy ―mi mente, mi alma, mi vida
anímica― está hecho con la misma sustancia con la que están hechas las
historias. Después veremos de qué sustancias están hechas.
Y porque estamos hechos de historias, nos demos
cuenta o no, siempre pensamos en términos de historias ―dice Bateson―.
Sea que escuchemos, que tengamos que comprender algo o que debamos resolver una
situación, recurrimos a nuestras experiencias, al archivo de las infinitas
historias que nos constituyen, y comparamos, combinamos, inventamos soluciones
mezclando partes de ellas.
Por eso, decir que la experiencia es nuestro mayor
capital es igual a decir que nuestra riqueza interior radica en la posibilidad
de contar con muchas historias ―vividas, escuchadas, leídas, aprendidas― para
cotejar con la que nos interesa en este momento de nuestra vida. Nuestra vida
anímica necesita de historias, se alimenta de ellas, y es más rica o más pobre
según lo ricas o pobres que sean las historias que la alimentan. Un primer
anhelo al publicar este libro es que las historias que contamos sean
nutritivas.
2. La
sustancia de las historias
El diccionario de la Real Academia
Española define historia como “narración y exposición de los acontecimientos
pasados y dignos de memoria, sean públicos o privados”. Es decir, la mera
narración ordenada no es una historia. Tal vez ni siquiera sea una crónica.
Hasta el diccionario nos dice que no se trata de una simple narración, sino de
una narración… de lo digno de memoria.
Es llamativo. Los diccionarios tratan de dar definiciones
objetivas que, por eso, terminan siendo insulsas. Pero esta es muy interesante
porque, bien pensado, “lo digno de memoria” es algo muy subjetivo; debe haber
un sujeto que marque lo que es importante, que trace diferencias, que sea capaz
de decir “esto es digno de memoria y esto no”. El diccionario debería decir
“digno de memoria para alguien”. Porque justamente para que haya una
historia tiene que haber un alguien al que le importen más unas cosas que otras.
Si no fuera por las diferencias entre las
importancias, todo sería lo mismo, una tersa lisura: todo sería significativo o
insignificante por igual. No podría haber una narración… de lo digno de
memoria.
Es llamativo. Los diccionarios tratan de dar definiciones
objetivas que, por eso, terminan siendo insulsas. Pero esta es muy interesante
porque, bien pensado, “lo digno de memoria” es algo muy subjetivo; debe haber
un sujeto que marque lo que es importante, que trace diferencias, que sea capaz
de decir “esto es digno de memoria y esto no”. El diccionario debería decir
“digno de memoria para alguien”. Porque justamente para que haya una
historia tiene que haber un alguien al que le importen más unas cosas que otras.
Si no fuera por las diferencias entre las
importancias, todo sería lo mismo, una tersa lisura: todo sería significativo o
insignificante por igual. No podría haber una narración… de lo digno de
memoria.
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