ÍNDICE
Presentación
Introducción: las neurociencias, sus campos e intereses
Las neurociencias y el psicoanálisis
Capítulo 1
El cerebro y el mito del yo, de R. Llinás. (Síntesis)
- El cerebro y el mito del yo, de R. Llinás.
- El modelo cerebro-mente de Llinás
Capítulo 2
El cerebro y el mito del yo, de R. Llinás. (Comentarios)
- Dudas y preguntas desde dentro del modelo que propone Llinás
- Coincidencias con el modelo de Freud
- Comentarios sobre el libro de Llinás
Capítulo 3
Un psicoanalista leyendo neurociencia
- La conformación del ser pluricelular
- Lo que nos enseña la evolución del ojo
Bibliografía
Presentación
Introducción: las neurociencias, sus campos e
intereses
Las llamadas neurociencias constituyen un área multidisciplinaria para el
estudio de del sistema nervioso - estructura, función,
desarrollo, evolución, química, patología, farmacología, etc.― con el interés último de entender cómo
interactúan los distintos elementos para dar origen a la conducta.
En palabras del premio Nobel Erick
Kandel (2000), “La tarea de la
neurociencia es explicar el comportamiento en términos de las actividades
del cerebro. ¿Cómo el cerebro comanda millones de células nerviosas
individuales para producir el comportamiento, y cómo esas células son
influenciadas por el medio ambiente?”
Más allá de que el propósito
último sea comprender el comportamiento, múltiples tareas inmediatas atraen la
atención de las neurociencias. Así, la
convergencia de intereses de muchas disciplinas vinculadas e interesadas
—incluyendo neuropsicología, ciencias de la computación, estadística, física, y
medicina— hace que ya no se las considere exclusivamente como una rama de las
ciencias biológicas.
Sin embargo, sin lugar a dudas, lo
que más le interesa hoy al grupo de disciplinas que se aúnan con el nombre de
neurociencias es la investigación en la frontera entre el cerebro y la mente. “La última frontera de las ciencias
biológicas—el último desafío—es entender las bases biológicas de la conciencia
y de los procesos mentales por los cuales percibimos, actuamos, aprendemos y
recordamos” (Kandel, 2000).
Son muy numerosos los
investigadores sumamente especializados en avanzar en el conocimiento de los
más ocultos mecanismos neurológicos. Son pocos, en cambio, los que elevándose
por sobre investigaciones muy parciales intentan trazar un modelo general del
cerebro. R. Llinás es uno de los que, en su libro El cerebro y el mito del yo, se atreve a incursionar en un campo
tan espinoso. Estos escritos se proponen un repaso monográfico de los aportes y
el enfoque del neurocientista Rodolfo Llinás sobre su concepción de lo mental a partir de las funciones cerebrales.
Las neurociencias y el psicoanálisis
A diferencia de lo que ocurre con
otras disciplinas, por ejemplo con la psicología cognitiva, con las que tiene
una relación de estrecho intercambio y colaboración, con el psicoanálisis la
neurociencia tiene una vinculación más que conflictiva. Muchas veces el
conflicto se expresa directamente como ignorancia mutua. Esto no debería sorprendernos
porque el psicoanálisis, una disciplina en sí misma llamada a ser
revolucionaria y contestataria, siempre tuvo —unas veces para bien y otras para
mal— un vínculo conflictivo con los diversos y sucesivos stablishments científicos a lo largo de su siglo de existencia.
Hace unos años sin embargo, han
comenzado una serie de vínculos que pueden ser fecundos. Las zonas que hoy se
superponen son pequeñas todavía. Considérese, en este sentido, cuál es la
proporción de publicaciones psicoanalíticas que citan artículos de
neurociencias y cuántas son las publicaciones neurocientíficas que citan
publicaciones del psicoanálisis.
En este contexto, sorprende la
opinión de uno de los más afamados neurocientíficos: En la revista Aperturas, dirigida por Hugo Bleichmar,
encontramos un artículo de Méndez Ruiz y de Iceta Ibáñez de Gauna, sobre la articulación entre neurociencia y
psicoanálisis. Allí afirman:
“Eric
Kandel, neurobiólogo conocido por sus investigaciones en neurociencia y por el
importante manual "Essentials of Neural Science and Behavior" (1995),
en un artículo de abril de 1999, se ubica entre los que entienden que
psicoanálisis y biología poseen importantes puntos de encuentro. Contrariamente
a los que apuestan por el reemplazo del psicoanálisis por la biología, opina
que el declive de la influencia del psicoanálisis "es lamentable, dado que el psicoanálisis todavía
representa el más coherente e intelectualmente satisfactorio punto de vista
sobre la mente" (pág. 505).” (Las negritas no son del original.)
Sin embargo, una buena síntesis actual del
conflicto la encontramos en la presentación editorial del libro A cada cual su cerebro, de Arsemet y
Magistretti (2004): “Enfrentados desde hace varios lustros, el psicoanálisis y
las neurociencias han reclamado cada uno para sí los mejores títulos cuando se
intenta proponer una explicación de la conducta humana. Para el primero, las
neurociencias son mecanicistas, estáticas y reduccionistas, y en su pretensión
de fundar una explicación científica de carácter universal desdeñan la
subjetividad y la historia personal; los neurocientíficos, por su parte,
reprochan al psicoanálisis su precario andamiaje científico y, en lo más áspero
de la confrontación, no vacilan en calificarlo de mitología.”
Capítulo 1
El cerebro y el mito del yo, de
R. Llinás. (Síntesis)
En este capítulo, me propongo
resumir —sin planteos, preguntas, ni comentarios— las principales ideas que se
encuentran en el libro de LLinás El
cerebro y el mito del yo, con el propósito de conocer lo más a fondo posible una de las concepciones de la
mente que ofrece la neurociencia.
Para mayor claridad, intentaré establecer
un orden jerárquico tomando tres tipo de ideas: las que podríamos llamar ideas principales, las consideradas secundarias, en tanto derivadas o
consecuentes con las principales, y en un apéndice, tomo dos ideas colaterales, que no son ni
derivadas ni necesarias para la tesis principal.
I. Síntesis de las ideas de Llinás
0)
Los presupuestos de partida
Bateson (1979, p. 22) sostiene
que, si bien no todos los autores hacen explícitos sus presupuestos, cuando
queremos estudiar una teoría es imprescindible conocer los presupuestos en los
que se basa el autor.
Llinás es uno de los autores que
explicita sus presupuestos.
El primer presupuesto básico, su
postura en relación al dualismo cuerpo-mente —que también puede ser visto como
un punto de llegada— es un rotundo
monismo.
El segundo presupuesto expresa: “La
posición básica de este libro [es] que
el problema de la cognición es ante todo un problema empírico y que por lo
tanto no es un problema filosófico” (Llinás, 2001, p. 132). (Las negritas no
son del original.)
En el texto del autor, el término cognición está usado en un sentido
amplio que lo hace equivalente a fenómeno mental, mente, “yo” y “sí mismo”. [1]
Teniendo esto en cuenta, su segundo presupuesto explícito es una toma de posición fuerte en cuanto a la ciencia empírica y en
cuanto a la filosofía.
Vayamos ahora a las ideas del
autor.
1)
La idea principal: el “yo” como mito
Llinás, con asombrosa simplicidad,
expone su idea principal en el título mismo del libro: el yo, o sí mismo, es un mito.
¿Qué es entonces el yo para Llinás?
“La tesis central de este libro es que el yo es un estado funcional del cerebro
y nada más, ni nada menos” (Id. p. 4).
Como ese estado funcional es muy
variable, el yo sólo existe mientras el cerebro se encuentra en el particular
estado funcional que da lugar a la emergencia del “yo” o “sí mismo”. “El yo —dice
Llinás— no es algo tangible. Es tan sólo un estado mental particular, una
entidad abstracta generada, a la cual llamamos `yo´ o `sí mismo´” (Id. p. 148-9).
Y más adelante: “El `yo´, aquello
por lo que trabajamos y sufrimos, es tan sólo un término útil, referente a un
evento tan abstracto como lo es el concepto de Tío Sam respecto de la realidad
de algo tan complejo y heterogéneo como son los Estados Unidos” (Id. p. 148-9).
El “yo”, al igual que el Tío Sam, “es
un símbolo y también un concepto útil que implica una existencia, pero es una categoría sin elementos” (Id. p.
149). (Las negritas no son del original.)
2)
El cerebro y la mente. Qué es la mente
Para Llinás, “la mente es uno de
los muchos estados generados por la sociedad de neuronas que llamamos cerebro”
(Id. p. 81). Es decir, no hay una equiparación total entre cerebro y mente. Hay
estados funcionales cerebrales que generan mente y otros que no.
Como el autor no trae una
definición de mente, debemos deducir del texto cual es su concepción al
respecto. Nos aproximamos a la respuesta si nos preguntamos qué hace el cerebro,
cuál es su función y qué hace o cuál es —según Llinás— la función específica de
la mente, que es uno y sólo uno de los estados funcionales del cerebro.
La función cerebral fundamental es
la predicción de eventos futuros. “La capacidad de predicción es claramente
vital, de ella depende la vida del organismo” (Id. p. 26). A su vez, predicción
“es un término que se refiere al pronóstico de algo específico que puede
suceder” (Id. p. 25).
La mente evolucionó debido a la
necesidad de dirigir las interacciones de un organismo vivo con su entorno y fue
a través de la anticipación que se amplificó notablemente el éxito de los
sistemas móviles. Por ejemplo, para atrapar una gacela es necesario que el león
pueda predecir el momento y el lugar exacto en el que se encontrará la presa cuando
él haga llegar puntualmente su garra al mismo lugar. En otras palabras,
predecir significa anticipar un movimiento vital. El más simple de los
movimientos cotidianos, por ejemplo, cebar un mate, implica complejos actos de
predicción en el control del movimiento corporal.
“La capacidad predictiva del
cerebro se comprende a través de las estrategias de control motor, puesto que
ambas funciones evolucionaron conjuntamente” (Id. p. 30). Para Llinás “El control cerebral del movimiento
organizado dio origen a la generación y naturaleza de la mente” (Id. p.
58).
Acorde con esto, el sistema
nervioso sólo es necesario en animales multicelulares que tienen movimientos
activos, o sea, que tienen motricidad (Id. p. 17). Una planta no necesita de un
movimiento rápido, o sea no necesita de un cerebro, un cableado de trasmisión
ultraveloz y un músculo que cumpla la orden al instante. “Su sobrevivencia no
depende de la anticipación” (Id. p. 115).
Hasta aquí la función predictiva
del cerebro/mente.
Otra tarea que realiza el cerebro
es la de representar de manera abstracta la realidad. Veamos ahora el cómo y el
para qué de la función de representación:
Llinás sostiene que el cerebro
opera como un sistema autorreferencial cerrado. En este tipo de sistema la
entrada sensorial serviría para la especificación de los estados intrínsecos.
“En otras palabras, las señales sensoriales adquieren representación gracias a
su impacto sobre una disposición funcional preexistente del cerebro” (Id. p.
10).
Por otra parte, la información que
se encuentra y se organiza en el cerebro para representar la realidad externa
se halla organizada a través de una geometría abstracta, isomorfa
funcionalmente pero muy diferente a la de la realidad. Uno puede representarse
perfectamente un partido de fútbol, pero en la representación cerebral no hay
jugadores, piernas ni pelotas; sólo “cables” y conexiones neuronales. La
representación cerebral es algo análogo a lo que ocurre con una cinta de video:
allí la información está integrada en un código magnético y por mucho que la
examinemos con los sentidos no vamos a encontrar “imágenes”. De un modo análogo
el cerebro transforma en código biológico la información que recibe.
En lo que se refiere a la
representación hay una cita que lo expresa de modo más sencillo: “Si aceptamos
que [el sistema nervioso] se trata de un sistema cerrado y único, ello implica
que es una forma diferente de expresar ‘todo’. En otras palabras, la actividad cerebral es una metáfora para
todo lo demás. Tranquilizante o no, el hecho es que somos básicamente máquinas de soñar que construyen modelos virtuales
del mundo real” (Id. p. 110). (Las negritas no son del original, las
bastardillas, sí.)
Algo mas en relación a la
representación: “¿Qué es una imagen? Una imagen es una simplificación de la
realidad. El cerebro constantemente simplifica la realidad, más aún, simplifica el mundo externo pero en una
forma muy útil. Una imagen es una representación simplificada del mundo externo
escrita en forma extraña. Cualquier
transducción sensorial es una representación simplificada de un universal emanado
del mundo externo” (Id. p. 126).
En síntesis, reuniendo las funciones de
predicción y representación: el cerebro construye modelos virtuales en los que
representa de una manera simplificada y escrita de una forma extraña los
universales del mundo externo. Es decir construye sistemas isomorfos con la
realidad. Sin embargo, construir estos modelos es sólo un paso intermedio para
la función final que es predecir y más aún realizar la acción en el mundo
externo. Así se desprende de la síntesis más escueta que consigna Llinás:
“Tenemos
en este caso [en el del cerebro] una representación del mundo externo en la que
sistemas intrínsecos de coordenadas transforman una entrada (un evento sensorial)
en una salida apropiada (una respuesta motora), recurriendo a los elementos
dinámicos de los órganos sensoriales y la “planta” motora, el conjunto total de
músculos y articulaciones o su equivalente. […] Esta transformación sensomotora es la esencia de la función cerebral,
es decir ¡lo que el cerebro hace para ganarse la vida!” (Id. p. 19). (Las
negritas no son del original.)
2).a] Qué es el “yo” o el “sí mismo”
En el texto de Llinás, los
términos cognición, mente, “yo”, “sí mismo” (estos dos últimos, generalmente
encomillados) suelen ser utilizados indistintamente sin hacer explícita alguna
diferencia. Parece posible deducir, sin embargo, alguna diferencia entre mente
y “yo” que puede leerse entre líneas en el texto del autor.
Si bien, como dijimos, tanto mente
como “yo” son estados funcionales del cerebro, el concepto de mente parece remitir
a toda la función anticipatoria, en tanto que el concepto de “yo” o “sí mismo” hace
referencia más específica a la centralización de la función anticipatoria.
“Aunque la predicción se localice en el
cerebro, no se lleva a cabo en un lugar especial. Las funciones anticipatorias
deben congregarse bajo un único marco de referencia o modelo; de lo contrario,
podrían estar localizadas en diversos órganos, pero no funcionarían de modo
armónico. ¿Cómo se conglomeran estas funciones? ¿Dónde se almacena la función
anticipatoria? Yo creo que la respuesta se encuentra en aquello que hemos dado
en llamar el ‘sí mismo’. El ‘sí mismo’ es la
centralización de la predicción…” (Id. p. 27). [2]
2).b] La subjetividad
En el capítulo 10 Llinás se
introduce en la difícil cuestión de la sensación subjetiva, los sentimientos,
la experiencia consciente y la autoconciencia. Se trata, como el mismo, dice
del problema más importante de la neurociencia contemporánea.
Para explicar lo que hasta ahora
se entiende acerca de estos temas se recurre al concepto de cualia proveniente
de la filosofía. El término “cualia” denota el carácter subjetivo de las
sensaciones, o sea lo vivido interiormente y con determinada cualidad. Las sucesivas cualidades sensoriales forman
una continuidad momento a momento constituyendo la experiencia subjetiva.
Llinás llama cualia a “cualquier experiencia
subjetiva generada por el sistema nervioso” (Id. p. 235). En otras palabras, “para
los efectos prácticos, la cuestión de las cualias o de los sentimientos es la
cuestión de la experiencia consciente” (Id. p. 245).
En cuanto a la naturaleza de las
cualias, hay quienes piensan que son un epifenómeno innecesario y que no son la
base de la conciencia y otros que piensan que si bien las cualias son la base
de la conciencia sólo aparecieron tardíamente en la evolución. En otras
palabras, criaturas primitivas con las hormigas las cucarachas no sienten nada,
son autómatas biológicos.
Llinás se distancia de quienes así
piensan y a su criterio las cosas son prácticamente a la inversa. La sensación
subjetiva no es ni innecesaria ni tardía sino que es la promotora de la
evolución del sistema nervioso: “la existencia misma del sistema nervioso central
se origina en la experiencia sensorial” (Id. p. 235) y “las experiencias sensoriales
deben haber sido una de las propiedades fundamentales del ensamblaje neuronal que
dio lugar al desarrollo evolutivo del sistema nervioso” (Id. p. 238). En las
antípodas de los que piensas que la vida sería lo mismo sin registro de las
sensaciones y/o sentimientos, para Llinás las cualias (sensaciones, sentimientos,
experiencias sensoriales conscientes, “son propiedades de la mente de
monumental importancia, por lo que sin ellas sería imposible operar” (Id. p.
259).
Sostiene entonces que las cualias
provienen evolutivamente de la propiedad de irritabilidad de las células
simples. Así como cada célula muscular tiene su propiedad contráctil y la
fuerza muscular proviene de la resultante de la suma vectorial de todos los
filamentos, con las células sensoriales probablemente ocurra algo semejante. De
tal modo, las sensaciones y sentimientos serían cualias macroscópicas,
resultado de la sumatoria de las protocualias propias de las células nerviosas
aisladas. Lógicamente, un sentimiento requiere de un amplísimo número de
neuronas en una red de complejas interacciones. Por analogía con lo que ocurre
con la descarga en la acción a través del sistema neuromuscular, se podría
decir que las sensaciones son descargas “hacia adentro”, así como los actos
motores son descargas “hacia afuera”.
¿Cuál sería la ventaja biológica
que llevó a que las cualias fueran seleccionadas por el proceso evolutivo? Las
cualias, o sea, las experiencias subjetivas conscientes, suministran marcos de
referencia y hacen que las decisiones retornen al sistema y se conviertan en
parte del panorama de la percepción. Constituyen los juicios o evaluaciones
efectuados a nivel de los circuitos sensoriales y estas sensaciones representan
los vectores predictivos cíclicos que retornan al paisaje del “sí mismo”.
Llinás había dicho que el trabajo
del cerebro es transformar una entrada (un evento sensorial) en una salida
apropiada (una respuesta motora). Agrega ahora que las cualias, las
experiencias subjetivas, “son ´el fantasma en la máquina´ y representan ese
importantísimo espacio entre la llegada y la salida, pues no siendo ni una cosa
ni la otra, sin embargo son producto de la una y el impulso de la otra” (Id.
p.259). Pero no existe un “fantasma” o alma que transforma, milagro mediante,
la actividad eléctrica neuronal en sentimiento. “La actividad neuronal y la
sensación son el mismo y único evento” (Id. p.255).
3)
La selección natural: el cerebro, la mente
y la evolución
Llinás se inscribe en el más amplio contexto
científico actual. La vida tal cual hoy la conocemos es el resultado de un
larguísimo proceso evolutivo basado en la selección natural. De acuerdo con
esta teoría introducida inicialmente por Darwin y reformulada según los
sucesivos conocimientos, los pequeños cambios aleatorios que se adaptan mejor a
la sobrevivencia se conservan y los que la perturban se pierden.
“La selección natural elimina sistemáticamente todas
las asperezas, los defectos, lo que no funciona bien. Lo que permanece son los
aspectos ventajosos que se transmiten de generación a generación, es decir, lo que funciona, lo que facilita la
sobrevivencia. De hecho, la sobrevivencia es el combustible de la selección
natural” (Id. p. 125).
Veamos ahora algunas ideas secundarias derivadas del
concepto de selección natural:
3).a] Patrones de acción fijos
La evolución en su largo proceso de “aprendizaje” o
mejoramiento fue construyendo una maravillosa máquina biológica que lleva implícita
en su construcción una serie de programas o patrones fijos que ahorran tiempo y
energía.
“El ‘sí mismo’, la centralización de la predicción, no
puede orquestar permanentemente todas las hazañas realizadas por el cuerpo en
un mundo en constante cambio. Los patrones de acción fijos (PAF) son conjuntos
de activaciones motoras automáticas y bien definidas, algo así como ‘cintas
magnéticas motoras’, que cuando se activan producen movimientos bien
delimitados y coordinados: la respuesta de escape, la marcha, la deglución, los
aspectos prediseñados del trino de los pájaros y otros semejantes” (Id .p.
155-6).
En síntesis, los PAF son módulos automáticos
cerebrales que generan movimientos complejos. A partir de algunos experimentos
con lesionados cerebrales, Llinás afirma que el lenguaje mismo es un PAF
premotor.
3).b] Las emociones como PAF
Para Llinás, que aborda “el
problema de las emociones con una buena dosis de reverencia”, las emociones son
patrones fijos de acción cuya ejecución no es motora sino premotora. Los
estados emocionales serían “simples respuestas estereotipadas comunes a todos
los seres humanos” (Id. p. 183).
“No es necesario invocar el sofisticado
mundo emocional de los seres humanos para apreciar la inextricable relación
entre emociones y acciones, pues incluso los PAF motores de animales
relativamente primitivos se acompañan de un componente emocional bien definido”
(Id. p. 183-4).
Los estados emocionales
contextualizan el comportamiento motor. Llinás considera que el dolor es un
estado emocional y que como tal, el malestar del dolor “es un estado emocional
generado por el cerebro (Tolle et al., 1999;
Treede et al, 19999) y no un evento
que ocurre en algún sitio particular del cuerpo (Greenfield, 1995)” (Id. p.
186).
3).c] Los precableados, la memoria y el aprendizaje
No hace falta justificar las
ventajas biológicas de aprender y de recordar: es evidente que sobrevive mejor
quien mejor cumple las funciones de memoria y aprendizaje.
Llinás describe, de un modo
esquemático, tres niveles de memoria evolutiva. El primero es la estructura misma
de un ser vivo consolidada a través de la evolución. “La evolución consistió en
aprender y sintonizar lentamente las formas apropiadas, las morfologías estructurales,
que amplificaron la capacidad de supervivencia de las especies” (Id. p. 205). En
este nivel encontramos incluso los llamados los patrones fijos de acción (PAF).
Un segundo nivel de memoria, tan antiguo como el primero, surge de las
estructuras dinámicas electroquímicas que ocurre en nuestro cerebro. “El
conjunto de estos dos tipos de memoria origina los a priori estructurales del
cuerpo y del cerebro, como es el tener piernas que se muevan y neuronas que
durante el desarrollo se entretejan en módulos específicos funcionales,
conocidos como lóbulos, haces de fibras y núcleos” (Id. p. 207).[3]
“Nacemos con un bien ‘cableado’
cerebro y con una cantidad increíble de conocimientos adquiridos genéticamente”
(Id. p. 205). En otras palabras Llinás desecha totalmente la idea de la tabula
rasa. Durante la ontogenia no es posible aprender e incorporar desde cero una
actividad importante para la supervivencia, por ejemplo correr. Se parte en
cambio de todo un patrón fijo de acción heredado. El aprendizaje individual
consiste en adaptarlo lo mejor posible a las circunstancias presentes. “El
contenido de lo que aprendemos, sin embargo, es producto de innumerables
necesidades y eventos experimentados durante nuestro desarrollo, un resplandeciente
sueño llamado ‘nuestras vidas personales’, que se desvanece sin dejar ningún
legado biológico inmediato. Nuestros recuerdos mueren con nosotros” (Id. p.
204).
El recuerdo de este aprendizaje
realizado durante la vida individual constituye el tercer tipo de memoria y corresponde
al que habitualmente conocemos como memoria referencial. En palabras de Llinás:
“representa el cúmulo de aprendizaje realizado durante el desarrollo y el lapso
de una vida particular” (Id. p. 211). Como bien sabemos esta memoria se
refuerza con repetición y práctica.[4]
De lo que venimos diciendo surgen
dos consecuencias importantes: 1) la ontogenia sólo perfecciona una memoria y
un aprendizaje filogenético que nos viene dado (y esto puede herir nuestro
narcisismo); y 2) la cultura humana no tiene aún suficiente antigüedad para que
lo aprendido a través de ella llegue a formar parte del conocimiento
filogenético. En los tiempos en que opera la selección natural “la cultura no
es lo suficientemente antigua o consistente como para que la selección natural
le ponga atención” (Id. p. 223).
3).d] Los orígenes evolutivos del
significado
Para llegar al tema del
significado del lenguaje Llinás traza una serie de pasos. El primero que
considera es el de la abstracción y describe lo que él entiende como una
primera forma de abstracción neurobiológica: en los animales segmentados cada
anillo se comunica desde la periferia hasta el centro y viceversa y en cierto
modo funcionaría de manera aislada si no fuera porque todos estos segmentos llegan
a ser unidos (mediante una porción de sistema nervioso que no es segmentaria)
en un todo que antes no existía. Este nuevo todo que recoge la información de
los segmentos pero que no tiene contacto “directo” con el exterior es una
primera forma neurobiológica de abstracción.
En este sentido considera que las emociones
son eventos puramente internos o sea son abstracciones. El miedo no existe en
el exterior, es algo que se genera adentro a partir de las representaciones de
lo exterior.
Define luego lenguaje como una
“metodología mediante la cual los animales se comunican entre sí” (Id. p. 266).
A partir de esa definición amplia, considera que la prosodia, o sea la
expresión externa de un estado interno momentánea, es ya una forma de lenguaje
porque el animal transmite algo que significa algo para otro animal. Así, fruncir
el seño o sonreír son formas de prosodia. No es lenguaje hablado pero es
comunicación intencional.
Llinás se pregunta cómo se llega a
comprender el significado ya que el lenguaje no tendría ningún sentido si el
receptor no comprendiera el significado de lo que el otro quiere trasmitir. La
respuesta la encuentra en el llamativo fenómeno de la mímica. Considera la mímica
visual y la auditiva y establece una interesante diferencia entre ellas.
Explica que la mímica auditiva es mucho más rica dado que somos capaces de
reproducir los sonidos que oímos y que al reproducirlos los volvemos a oír, de
manera que los podemos ajustar hasta que coincidan con el original. Fue a
través de la mímica que se llegó a compartir el significado. Como vimos si bien
las emociones son un proceso interno, se expresan externamente y al imitar las
expresiones del otro es como se llega a saber lo que esas expresiones
significan: “la mímica aporta el factor común para que un comportamiento llegue
a tener un significado que permita relacionar los estados internos con los
comportamientos percibidos en los demás. Hago esto, cuando siento de esta
manera; al ver que usted hace esto, pienso que usted posiblemente está
sintiendo lo mismo. Así, a través de los tiempos, evolucionó el ´significado´”
(Id. p. 280).
II. El modelo cerebro-mente de Llinás
Hasta ahora hemos hecho un
desglose, o “análisis” lo más prolijo posible de los conceptos de mente, yo, sí
mismo, afectos, memoria, aprendizaje. Intentaré ahora interrelacionar estos
elementos en una “síntesis” que sirva para trazar un modelo de mente tal cual
como entiendo lo comprende Llinás.
El cerebro que evolucionó a lo largo de todo el proceso de selección
natural surgió para un control fino del movimiento. Para que este movimiento
tenga éxito se necesita de una muy acertada anticipación. A su vez, para que
sea posible tal anticipación o predicción en las acciones que se van a
ejercer sobre el mundo externo, es necesaria una representación, una emulación,
una reconstrucción interna, o modelo virtual de la realidad. La predicción anticipatoria que se realiza
gracias a todo el cerebro no se lleva a cabo en ningún lugar en especial, pero
se centraliza en el “sí mismo” (o “yo”).
Estas capacidades de representar y
predecir son el producto del proceso de aprendizaje
a lo largo de la evolución, aprendizaje que fue quedando grabado como memoria en diferentes niveles. En
primer lugar, en la morfología y la estructura del cerebro, incluyendo las vías
de comunicación o precableados entre las distintas zonas y/o estructuras
funcionales del sistema nervioso. En segundo lugar, en las estructuras
dinámicas electroquímicas que quedan fijadas y a las que se recurre para el
ahorro de tiempo y energía. Así, los patrones fijos de acción funcionan como
módulos automáticos capaces de generar movimientos complejos.
Los estados emocionales también
son patrones fijos de acción (PAF),
pero no motores sino premotores. Tienen la función de contextualizar el
comportamiento motor.
Las experiencias subjetivas conscientes —cualias— provienen de la
irritabilidad general de la sustancia viva y así como la fuerza muscular
proviene de la sumatoria de la contracción de millones de microfibras, las
sensaciones provendrían de la sumación de millones de protosensaciones de las
células individuales. Las experiencias cualitativas y subjetivas forman una
continuidad momento a momento de la experiencia subjetiva y en su conjunto
constituyen lo que cada uno experimenta como su “sí mismo”.
Si el trabajo del cerebro es
transformar una entrada (un evento sensorial) en una salida apropiada (una
respuesta motora) las experiencias subjetivas, son “el fantasma en la máquina”:
eso que hay entre la llegada y la salida,
pues no siendo ni una cosa ni la otra, son el producto de la entrada y el
impulso para la salida.
Sin embargo, “eso” que hay,
conciencia, subjetividad o como lo queramos llamar, “no existe fuera del ámbito de la función del sistema nervioso o de su
equivalente no biológico, si tal cosa existe” (Id. p. 131).
Capítulo 2
El cerebro y el mito del yo, de
R. Llinás. (Comentarios)
Este capítulo incluye tres partes: las dudas y
cuestionamientos, las coincidencias de Llinás con el modelo de Freud y un
comentario general sobre el libro.
I. Dudas y preguntas desde dentro del modelo que propone Llinás
Dentro del modelo que propone
Llinás surgen una serie de cuestiones que es necesario plantear en la necesidad
de despejar ciertas imprecisiones del texto cuando se trata de “lo mental”.
1. El cerebro y la mente
La primera pregunta es si hay o no
diferencia entre cerebro y mente. A pesar de sus afirmaciones taxativas, no
queda claro si el autor se suma a los que piensan que cerebro y mente son la misma cosa vista desde puntos de vista diferentes
(v.gr: Spinoza, Bateson, Maturana) o si para él mente es algo un poco diverso a cerebro, porque sólo uno de los
posibles estados funcionales del cerebro conlleva mente (v.gr: “los filósofos”
y “los psicólogos de la conciencia”, de los que habla Freud (1940a, p.155).
A mi entender, el autor resulta
impreciso o ambiguo en relación al concepto de mente aun cuando se propone
establecer una definición precisa.
“Como
este libro no pretende ser una novela detectivesca, daré algunas definiciones
del término mente o ´estado mental´, que demarquen los conceptos que vamos a
utilizar. Desde mi perspectiva monista, el cerebro y la mente son eventos
inseparables. Igual importancia que lo anterior tiene entender que la ´mente´,
o el estado mental, constituye tan sólo uno de los grandes estados funcionales
generados por el cerebro. Los estados mentales conscientes pertenecen a una
clase de estados funcionales del cerebro en los que se generan imágenes
cognitivas sensomotoras, incluyendo la autoconciencia” (Id. p. 1).
En este párrafo, justamente donde
Llinás se propone “delimitar los conceptos que va a utilizar”, vemos que en un
renglón afirma que cerebro y mente son
inseparables y pareciera que son una y la misma cosa, pero en el renglón
siguiente los separa, o sea, son cosas
diferentes, ya que hay muchos estados cerebrales que no conllevan estados
mentales.
La separación es más explícita aún
dos párrafos después:
“Es
importante recordar que en el cerebro ocurren otros estados funcionales que,
aunque utilizan el mismo espacio en la masa cerebral que las imágenes
sensomotoras, no generan conciencia. Entre éstos se incluye el estar dormido,
drogado o anestesiado, o sufrir una crisis epiléptica generalizada. En estos
estados cerebrales, la conciencia desaparece y todas las memorias y
sentimientos se funden en la nada y, sin embargo, el cerebro sigue funcionando
con los mismos requisitos normales de oxigeno y nutrientes, aunque no genera
ningún tipo de conciencia, ni siquiera de la propia existencia
(autoconciencia). No genera preocupaciones, esperanzas o temores —es el olvido
total—” (Id. p. 2).
Luego se vuelve a generar la duda
cuando agrega:
“el cerebro
debe considerarse como una entidad viva que genera una activad eléctrica
definida. […]. En el contexto amplio de las redes neuronales, dicha actividad
es la mente.
La
mente es codimensional con el cerebro y lo ocupa todo, hasta en sus más recónditos
repliegues” (Id. p. 2-3).
A pesar de las contradicciones, me
parece posible concluir que lo que Llinás quiere decir es que no puede haber mente sin cerebro, pero
sí puede haber cerebro sin mente. Quiere decir también que lo que genera la
mente es todo el cerebro; pero en
muchos momentos, todo el cerebro funcionando no genera nada que sea mental.
Pero entonces, si el autor piensa
así como lo resumo en el párrafo anterior, las dudas y preguntas se desplazan a
los siguientes tópicos:
2. La mente y la conciencia
Con este tema ocurre algo similar
a lo que ocurre con los conceptos de cerebro y mente. Hay fragmentos en los que
se entiende que mente y conciencia son lo mismo, ya que si desaparece la
conciencia desaparecen todos los estados mentales. Repitamos: “En estos estados
cerebrales [dormido, drogado, anestesiado, crisis epiléptica], la conciencia
desaparece y todas las memorias y sentimientos se funden en la nada y, sin
embargo, el cerebro sigue funcionando con los mismos requisitos normales de
oxigeno y nutrientes, aunque no genera ningún tipo de conciencia, ni siquiera
de la propia existencia (autoconciencia). No genera preocupaciones, esperanzas
o temores —es el olvido total—” (Id. p. 2).
O sea, vemos una equiparación
taxativa entre conciencia y la serie de fenómenos mentales que podemos incluir
bajo el término mente. No habría lugar para mente inconsciente.
A diferencia del anterior, en el
párrafo que sigue considera que “el estado cerebral global conocido como soñar
es también un estado cognoscitivo”; o sea, el sueño sería mental. A renglón
seguido, la referencia a la conciencia es otra vez el argumento (es mental porque es consciente): el “sueño lúcido”
es un ejemplo de actividad mental, dado que la persona es consciente de que está soñando (Id. p. 2).
Veamos, sin embargo, una breve lista de cosas
que hace el cerebro (realizadas o bien por el cerebro todo o bien por una parte
de él) a las que les cabría el título de
mentales y que no necesariamente están acompañadas de la conciencia.
·
La predicción: “Aunque la predicción se
localice en el cerebro, no se lleva a cabo en un lugar especial.”
·
La representación: “[por la actividad
cerebral] somos básicamente máquinas de soñar que construyen modelos virtuales
del mundo real” (Id. p. 110).
·
La memoria y el aprendizaje: Como vimos,
las morfologías estructurales y las estructuras dinámicas electroquímicas
cerebrales son los dos primeros niveles de memoria de lo aprendido en la
filogenia. “El conjunto de estos dos tipos de memoria origina los a priori
estructurales del cuerpo y del cerebro,…”
·
La sensopercepción y el proceso que le
sigue: “Cualquier transducción sensorial es una representación simplificada de
un universal emanado del mundo externo”.
·
La construcción de imágenes: “Una imagen
es una simplificación de la realidad. El cerebro
constantemente simplifica la realidad, más aún, simplifica el mundo externo pero en una forma muy útil.”
·
Todos los patrones fijos de acción
(PAF): Los PAF son módulos automáticos cerebrales aprendidos en la filogenia
que generan movimientos complejos.
·
Los afectos: Los estados emocionales
sirven para contextualizar el comportamiento motor. Son PAF premotores y serían
“simples respuestas estereotipadas comunes a todos los seres humanos”.
·
El lenguaje: A partir de algunos
experimentos con lesionados cerebrales, Llinás afirma que el lenguaje mismo es
un PAF premotor.
Para Llinás, las acciones
cerebrales consignadas no necesariamente están acompañadas de conciencia, o al
menos no lo están a lo largo de todo el proceso, y creo que no dejaría por eso
de llamarlas estados o fenómenos mentales (a la vez que cerebrales).
En síntesis, tanto la diferencia o
coincidencia entre el cerebro y la mente como la diferencia o coincidencia de
la mente y la conciencia son temas oscuros. Veamos algo más para comprender el
origen de la falta de claridad.
3. La “generación” de la
mente, su “naturaleza” y el monismo
Llinás rechaza el dualismo
cuerpo-mente y se declara monista. Dado que no hay un solo tipo de monismo, su orientación
monista merece algunos comentarios. En gran medida, a lo largo de todo el texto,
su postura corresponde a un monismo radical o extremo, que consiste en rechazar
uno de los dos elementos. Su monismo es materialista, ya que su creencia profunda
en la empiria (pág. 132) lo muestra como alguien que prácticamente cree sólo en
la materia, en la realidad material.
Un monismo materialista tan
radical exige explicar qué significa que el cerebro origina la mente, porque teniendo
en cuenta la relación de origen que afirma Llinás, cerebro y mente parecen
cosas diversas: “El control cerebral del
movimiento organizado dio origen a la generación y naturaleza de la mente”.
Esta y otras afirmaciones
semejantes tienen muchas implicancias. Si el cerebro “origina” la mente, la
mente es una cosa diversa al cerebro. Tomemos un proceso cerebral cualquiera
que llegue a “originar” la mente. Hasta cierto punto del proceso habría sólo
cerebro y a partir de determinado momento o estado funcional del proceso aparecería
algo nuevo, que no estaba hasta ahora, la mente. “El control cerebral (…) dio origen a la generación y naturaleza de la
mente”.
A mi entender, cuando Llinás habla
de origen y de naturaleza de la mente, si bien lo dice en cursivas, no está
pensando realmente en una naturaleza de la mente diversa de la naturaleza de la
materia (en este caso, el cerebro), porque si pensara en una naturaleza diversa
echaría por tierra su tajante postura monista.
Estas desprolijidades, ambigüedades y contradicciones
que venimos viendo se deben a que en la postura monista de Llinás, falta en absoluto una definición de mente que
no sea la mera remisión a su origen cerebral: “estado funcional del cerebro y
nada más, ni nada menos”. Las otras afirmaciones sobre la mente no son definiciones,
sino descripciones por la negativa o para negarle realidad material: es un
mito, una metáfora, un símbolo, una categoría sin elementos…
Bien miradas, las dos afirmaciones
que estamos discutiendo resultan, desde un punto de vista lógico, un razonamiento circular: primero
se afirma que que “la mente es un estado funcional del
cerebro” y después se concluye que “el cerebro en algunos estados
funcionales genera la mente”.
Lo dicho no significa que
el monismo en sí esté equivocado, sólo quiero resaltar la tautología de las
definiciones de mente. Si pedir una definición de mente parece una exigencia
filosófica incumplible, al menos es necesario saber qué fenómenos pueden
considerarse mentales y cuáles no.
Justamente en este punto surge una
nueva incongruencia dentro del modelo de síntesis de lo mental que propone
Llinás.
4. El yo como “mito” y su
estructura espacial
En el punto que paso a comentar, dado
que la contradicción parece demasiado grosera, uno sospecha que está comprendiendo
mal algo.
Como se dijo todo el tiempo, el “yo”
o el “sí mismo” son sólo un mito, un concepto útil, una metáfora, “un evento
tan abstracto como lo es el concepto de Tío Sam respecto de la realidad de algo
tan complejo y heterogéneo como son los Estados Unidos” (Id. p. 149).
Lo que sorprende (o tal vez está
mal comprendido) es que eso abstracto, categoría sin elementos, etc., tiene una
estructura y una concreta ubicación espacial: lo colocamos “todo en una sola
entidad que llamamos el `sí mismo´, la que además tiene una estructura
espacial: parada en el núcleo vestibular
y con su cabeza en el cerebro —lo que le da el sentido de posición (arriba
o abajo) y todos los componentes sensoriales que ya conocemos bien (lo visual,
lo auditivo, etc.)—.” (Id. p. 149). [5]
Daba la impresión de que el yo, en
tanto mito, como metáfora de nivel análogo a decir Tío Sam, no era localizable
cerebralmente. Y si lo fuera, sólo podría serlo de un modo muy metafórico, como
decir que el Tío Sam se localiza en el Pentágono o la Casa Blanca o en el
Congreso de los EE.UU. Antes (p. 27) había dicho que para la predicción se
necesita una centralización y se había preguntado y respondido: “¿Cómo se
conglomeran estas funciones [las anticipatorias]? ¿Dónde se almacena la función
anticipatoria? Yo creo que la respuesta se encuentra en aquello que hemos dado
en llamar el ‘sí mismo’. El ‘sí mismo’ es la
centralización de la predicción…” (Id. p. 27).
Era posible imaginar, en este
caso, que el lugar (donde se
almacena) y la función (centralizar
la predicción) podían seguir siendo comprendidos
como “lugares” y “funciones” metafóricos, pero ahora, con las afirmaciones
citadas de la pagina 149, cabe pensar que el autor les otorga un lugar y una
función real y concreta.
II. Coincidencias con el modelo de Freud
Al margen de las dificultades
consignadas, debidas, según creo, a la falta de claridad acerca de qué es
mental y qué no lo es, en los desarrollos de Llinás es posible observar una
serie de coincidencias totales o parciales con conceptos que provienen de otro
modelo, en este c aso, el psicoanalítico. Sólo
a modo de ejemplo mencionaré algunas coincidencias, sin realizar mayores
comentarios.
·
Una de las ideas más subrayadas
por Llinás es que el cerebro hace posible tal predicción o anticipación
en las acciones. Encuentro que esta concepción coincide con lo que piensa Freud
acerca de la función de la mente o de lo psíquico, sino en su totalidad al
menos en una parte de ello, el pensamiento. Para Freud el proceso de pensar
posibilita aplazar las descargas y en lo esencial es una acción tentativa con
desplazamiento de pequeñas cantidades. De ese modo el pensamiento ensaya
acciones y el yo autoriza la descarga cuando una de esas acciones ensayadas
aparece como la adecuada para las circunstancias (Freud, 1911b, p. 227).
·
Surge inmediatamente una
segunda coincidencia: para Llinás la predicción debe estar centralizada y esta
centralización es función del yo o sí mismo. En el modelo psicoanalítico, el
pensamiento anticipa acciones y el yo
con su función sintética, con su llave de la motilidad, sintetiza, o sea,
concentra la predicción.
·
Como vimos, el cerebro, al
trazar modelos virtuales de la realidad, la
simplifica. Un concepto muy semejante expresa Freud (1950a, p. 358) en el Proyecto de psicología cuando afirma: “Mientras que en el mundo
exterior los procesos constituyen un continuum en dos direcciones, tanto en
el orden de la cantidad como en el del período (cualidad), los estímulos que les corresponden son,
según la cantidad, en primer lugar reducidos
y en segundo lugar limitados por un
corte, y según la cualidad son discontinuos,
de manera tal que ciertos períodos no pueden actuar como estímulos”.[6]
·
La idea de que los afectos son PAF premotores y que
constituyen “respuestas estereotipadas comunes a todos los seres humanos”,
concuerda, al menos parcialmente con la concepción freudiana de los afectos.
Para Freud (1895d, p.193) siguiendo a
Darwin, las sensaciones y las inervaciones de los afectos, residuos de antiguas
acciones plenamente justificadas en la filogenia, son heredadas y por lo tanto,
las descargas de los afectos sigue caminos semejantes en todos los seres
humanos.
·
Como vimos, según Llinás, el
cerebro transforma una entrada (un
evento sensorial) en una salida apropiada (una respuesta motora) y esta
transformación sensomotora es la esencia de la función cerebral (Id. p.
19). Estas afirmaciones, aunque sumamente escuetas, parecen coincidir con las
funciones que Freud (1900a) le
atribuye al aparato psíquico tal cual lo imagina en el llamado esquema del
peine: una entrada o polo perceptivo y una salida para la respuesta motora, el
polo motor. La transformación que ocurre entre la entrada y la salida no sólo
es la esencia de la función del aparato psíquico, sino que constituye el
contenido de todo lo que se desarrolla en el edifico conceptual psicoanalítico.
Las coincidencias señaladas son
traídas sólo a modo de ejemplo. Si profundizamos en ellas en algunos casos
lograríamos mayor correspondencia y en otros nos daríamos cuenta que se trata
sólo de coincidencias parciales. De todos modos hay que tener en cuenta que
estamos buscando contrastar un esbozo inicial de modelo de lo que es la mente y
cómo funciona con la teoría de un autor tan genial como Freud que construyó un
complejo teórico —muy amplio y muy profundo, lleno de aportes y de matices
revolucionarios y polémicos— que significó uno de los grandes saltos
cualitativos en la historia del conocimiento. De allí que, casi con seguridad,
sea plenamente acertada la ya citada afirmación de Eric Kandel: “el psicoanálisis todavía representa el más
coherente e intelectualmente satisfactorio punto de vista sobre la mente"
(pág. 505).”
También debemos considerar que si,
como al mismo Freud le gustaba decir, la anatomía es el destino, los
descubrimientos y aportes de las neurociencias pueden enmarcar —trazando
límites y generando aperturas insospechadas— las investigaciones que se
intentan desde la teoría y la clínica psicoanalítica. Este es el campo en el
que considero que los aportes de Llinás pueden ser más valiosos para el
psicoanálisis.
III. Comentarios sobre el libro de Llinás
La idea de que el yo es un mito,
expresada así tal vez con la intención casi explícita de impactar, apunta ante
todo a deshacer la idea nada científica —popular, mágica, religiosa—de que el
yo es un ente que tiene existencia propia fuera del ámbito del cerebro y que,
de algún modo, lo comanda. El mito que Llinás quiere desterrar concibe un yo
—sí mismo, alma, espíritu, mente o psiquismo— como una entidad intangible, sine materia, o también como una entidad de materia leve, tenue,
grácil y vaporosa que, al modo de un fantasma, habita el cuerpo y lo vivifica.
(Un ejemplo de esta postura se ve en la película 21 gramos. Este sería el peso que el cuerpo pierde al morir cuando
el alma lo abandona.)
En tanto libro de divulgación, es una
idea valiosa porque, como dije, tiende a desbaratar las concepciones
supersticiosas de que detrás de la materia hay un fantasma que la comanda,
almas que transmigran o ámbitos para castigos y premios en un más allá
amenazante.
En tanto libro que propone un modelo de la mente, si bien se comprende la propuesta, el texto resulta impreciso en
sus conceptos más básicos y esta ambigüedad lo desmerece como modelo general de
los procesos mentales. Tal vez, y por supuesto que se trata de una opinión
personal, hubiera sido más conveniente que el autor partiera de alguno de los
muchos modelos de mente que el hombre ha imaginado a lo largo de la historia
del conocimiento. (Véase, por ejemplo, el hermosísimo libro de Charles
Hampden-Turner (1981) MAPS OF THE MIND. Charts
and concepts of the mind and its labyrinths. Hampden-Turner traza allí sesenta mapas o modelos de la mente,
recorriendo todos los ámbitos del conocimiento humano, desde la historia y la
religión, pasando por el psicoanálisis, la filosofía, la cibernética y la
psicobiología, la sociología, las neurociencias y el arte.)
A mi entender, lo que ocurre es
que Llinás conoce en profundidad y amplitud el territorio cerebral, pero no conoce
del mismo modo el terreno de “lo mental”. Ese disbalance es notorio no sólo en
los conocimientos expuestos sino en la bibliografía citada. Cuando se trata de
un tema de la anatomía o fisiología cerebral abunda la fundamentación
bibliográfica histórica y actual. En cambio prácticamente no aparece
fundamentación bibliográfica cuando los temas son la mente, la conciencia, el
yo, el sí mismo, la memoria, la
representación, los afectos, y en estos temas el autor
parece basarse sólo en afirmaciones propias aun en aquellos que son muy
controvertidos.
Tal vez por el mismo motivo el
libro aparece desparejo también en el tratamiento de los tópicos enfocados. Hay
abundancia de información sobre los procesos neurológicos comprometidos en la producción
de determinado producto psíquico, pero esa información no se “procesa” lo
suficiente como para “traducirla” a lo que significa en el terreno de lo
psíquico. Para que se comprenda bastan dos ejemplos en los que se puede
observar la diferencia.
Como vimos en lo que se refiere a
la memoria (y después, el aprendizaje a partir de la memoria) Llinás estableció
tres niveles: uno morfológico, otro de conexiones funcionales preestablecidas
—ambos niveles corresponden a lo heredado—y un tercer ámbito de la memoria
correspondiente al aprendizaje realizado en la vida individual. Concluye luego
que de acuerdo con estas postulaciones es imposible pensar en el ser humano
como una tabula rasa y por el
contrario piensa que es muchísimo más lo que traemos sabido en comparación con
lo “poco” que logramos aprender en nuestra vida individual. Este es un ejemplo
de lo que entiendo de una “traducción” de lo que significa los conocimientos
sobre la estructura y el “cableado” cerebral. Para mi gusto, estas traducciones
son justamente los aspectos más interesantes del libro.
En cambio hay todo un capítulo destinado a los
afectos, pero se dice muy poco acerca del papel que cumplen los afectos en el
concierto general de los fenómenos mentales. Se dice, por ejemplo, que “los
estados emocionales contextualizan el comportamiento motor” (Id. p. 185).
Lamentablemente Llinás no desarrolla más ampliamente esta afirmación que según
entiendo tiene implicancias significativas. [7]
Dejé para el final el cuestionamiento que me merece mayor
interés, porque está en la base misma del planteo de Llinás, en lo que él
reconoce como su postura básica: la mente es ante todo un problema empírico
y por lo tanto no es un problema filosófico.
Esta afirmación, que evidentemente
es una postura básica porque se trasunta por todo el texto, tiene implicancias
acerca de la mente y la ciencia empírica y en cuanto a la filosofía en general.
La postura de Llinás implica no sólo que
la ciencia empírica puede dar una respuesta acerca de lo que es la mente, sino
que la filosofía no puede dar esa respuesta.
En cuanto a la filosofía en
general, la afirmación de Llinás implica que cuando la empiria dice tener una
respuesta sobre algo, ese tema deja de ser asunto de la filosofía. En otra
palabras, la empiria tiene la autoridad de decir de qué cosas tiene derecho de
ocuparse la filosofía y de cuáles no.
Esta postura —que dicho sea de
paso ¡¡¡es una postura filosófica!!!—,
compartida sin duda por un gran número de científicos positivistas, merece unos
breves comentarios.
Es consenso generalizado que la
ciencia —tanto como los otros modos de conocimiento humano, por ejemplo la
filosofía y el arte— tiene no sólo el derecho sino también la obligación de
indagar en los confines de sus posibilidades buscando respuestas coherentes
para todas las preguntas posibles. El impulso a investigar y saber se nos
impone ya más como un deber que como un derecho.
Sin embargo, desde el “solo sé que
no sé nada” socrático, es también un pensamiento y un sentimiento generalizado
y compartido que el campo de lo desconocido se agiganta más y más cuanto más
crecen nuestros conocimientos. Las preguntas más interesantes que logramos
responder no son precisamente aquellas que cierran alguna cuestión, son por el
contrario las que abren, en el mismo momento en que logramos atraparla, un
ramillete de nuevas preguntas.
Por eso, aun en el supuesto caso
de que la ciencia pudiera finalmente dar cuenta de lo que es la mente, ¿cómo se
puede decir que “por lo tanto” deja
de ser un problema filosófico?, si la filosofía se pregunta precisamente sobre
las cosas primeras (o últimas) sabiendo de antemano que persigue lo imposible.
En otras palabras, tenemos el
derecho y el deber de querer saber. Tenemos el derecho de creer que sabemos.
Tenemos también el derecho de creer firmemente en lo que sabemos. Pero no
deberíamos estar tan seguros de que lo vamos a saber todo, ni siquiera sobre un
tema circunscripto. Y sobre todo, ¿tenemos el derecho de descalificar los
recursos de otros enfoques considerando que sólo los propios (en este caso los
de la empiria) son los apropiados?
La opinión de Bateson 1959, p.
294) resulta esclarecedora: “El místico ´ve el mundo en un grano de arena´ y el
mundo que él ve es moral o estético, o ambas cosas. El científico newtoniano ve
una regularidad en la conducta de los cuerpos que caen y no pretende extraer de
esta regularidad ninguna conclusión normativa. Pero su pretensión deja de ser
coherente en el momento en que predica que ésta es la manera acertada de
considerar el universo. Predicar sólo es posible en términos de conclusiones
normativas”.
Entiendo que el libro entero de
Llinás —y no sólo la frase que él considera su punto de vista básico “la
cognición es un problema empírico y por lo tanto no es un problema filosófico”—
expresa toda una actitud ideológica de sobrevaloración de la ciencia que me
parece exagerado. Si cuestiono tanto la postura filosófica —el positivismo a ultranza, la confianza excesiva en el
conocimiento científico, el valor de la empiria y del laboratorio por sobre el
pensamiento especulativo que justamente parte de lo que la empiria ofrece— es
porque es el punto de mayor diferencia con el autor.
Entiendo que la ciencia, la
filosofía y el arte son formas diferentes de explorar los misterios del
universo del que formamos parte y que los tres tienen al menos iguales
pergaminos para explorar de una manera válida la naturaleza toda y la humana en
particular.
No entiendo entonces cómo es
posible pensar que una de estas formas del conocer pueda abarcar con tanta
profundidad y completud un tema, como para que “por lo tanto” ese tema ya no
pueda o no deba ser enfocado por otras de las formas de conocer.
Tal vez Llinás diría que lo
estamos malentendiendo, que él no quiso decir tanto. Pero cabría decir entonces
que si cuando expresa su posición básica
dice más de lo que quiere decir, no es que no quiere decir tanto, sino que
justamente , lo piensa tanto que lo dice aun cuando no lo quiere decir.
Capítulo 3
Un psicoanalista leyendo
neurociencia
Antes de concluir quiero subrayar
dos aportes muy interesantes de R. Llinás. Se trata de ideas colaterales o
adyacentes en relación con el tema de la evolución de las especies, pero no por
eso menos significativas: una, la síntesis llena de matices sobre la evolución
del ojo, y la otra, una especulación sobre la conformación de la
pluricelularidad. Comencemos por esta última.
I. La conformación del ser pluricelular
Considerando la evolución en su
conjunto, Llinás se pregunta cómo es posible y a qué se debe que hayan pasado
dos mil millones de años desde la aparición de las células eucariotas
(verdaderas células) hasta la conformación de un animal pluricelular y cómo una
vez conformado éste fue comparativamente tan rápida —sólo 700 millones de años—
la conformación de la enorme variedad de especies complejas que configuran el
universo vivo actual.
Como respuesta, admite que sólo
puede aventurar algunas especulaciones al respecto. Como resultado de esta
evolución se encuentra el beneficio de que “los grupos celulares tienen
propiedades emergentes ausentes en las células aisladas. Entre tales
propiedades se cuenta la capacidad de las células individuales de diferenciarse
del grupo, es decir, la especialización para tareas específicas (a expensas de
su propia autonomía), en un grado imposible para formas de vida unicelulares en
donde todos los requisitos para la sobrevivencia deben hallarse presentes en
cada elemento individual” (Id. p. 90).
El tema es que para acceder al beneficio
de la complejidad y especialización, la célula individual debe resignar la
capacidad de mantener y proteger su propia vida y debe reemplazar “sus
principios de supervivencia propios por los de la sociedad en la que vive” (Id.
p. 88-9).
Hay que tener en cuenta, dice
Llinás, que se puede considerar que una célula individual si no es destruida
sencillamente no muere, ya que de ella surgen dos células vivas y de cada una
de ellas otras dos y así sucesivamente. La muerte no forma parte del programa
vital de los animales unicelulares. En cambio en el caso de los animales
pluricelulares aparecen dos fenómenos que van en contra de la supervivencia
individual: 1) la muerte celular programada, que sucede cuando un grupo de células dentro
de un organismo individual concluye con alguna función para la que se había
especializado; y 2) la muerte anticipada de células sanas mucho antes de su
envejecimiento natural, no debido a un accidente propio, sino a la falla o
muerte de otras células. Por ejemplo, si un animal recibe un tiro en la cabeza
o el corazón, todas las células de ese organismo, aun estando totalmente sanas,
deben morir prematuramente a consecuencia de que un grupo de células,
cerebrales o cardíacas, no pueden ya cumplir una función que es vital para el
conjunto.
“Cuando
ocurrió la transición de la vida unicelular a la sociedad multicelular, emergió
un nuevo abordaje hacia la vida que nos acompaña desde entonces.
Este
enfoque enfatiza el compromiso total hacia la sobrevivencia de la sociedad
celular (el ´grupo´ como el sí mismo) en contraste con el compromiso total de
la célula hacia la sobrevivencia individual (´el individuo´ como el sí mismo)”
(Id. p. 88).
Considera luego las dificultades
relacionadas con la alimentación de células que quedan empaquetadas y sin
movimiento y el problema de la comunicación intercelular. Pero creo que la
dificultas más importante es la ya señalada de reemplazar los principios de supervivencia propios por los de la
sociedad.
El interés por estas
especulaciones de Llinás no radica en la coincidencia con las ideas de Freud.
En efecto, en el debate imaginario entre Weismann y Freud, las ideas de Llinás
coinciden más con la postura de Weismann que con la de Freud (1920g). Según puede verse los conceptos de
Llinás nos llevarían a decir que la pulsión de muerte sería más tardía, menos
originaria que la pulsión de vida.
No interesa aquí la coincidencia
ni quien tenga razón, lo que interesa es una especulación verosímil y bella
acerca de por qué llevó tanto tiempo el trabajo que permitió a las células
confraternizarse en una unidad superior.
II. Lo que nos enseña la evolución del ojo
Dentro del tema de la evolución,
Llinás le dedica un capítulo entero al proceso evolutivo que dio como resultado
distintas versiones de ojo que encontramos actualmente en la naturaleza. Como
vimos, para cumplir con su función anticipatoria el sistema nervioso necesita
una representación abstracta del mundo exterior. La luz, que viaja a gran
velocidad en trayectoria rectilineal y que es capaz de reflejarse y
refractarse, hace que sea fácil detectar su fuente. De ahí que resultó
importante que el sistema nervioso encontrara un modo de trasformar los fotones
en mensajeros precisos y fieles del lejano paisaje del mundo externo.
El proceso evolutivo del ojo
comenzó a partir de la especialización de un parche de piel fotosensible que
logró absorber fotones utilizando fotoreceptores. Así se logra absorber luz,
pero todavía no se han generado imágenes. Entonces, una primera diferencia fue
detectar el día y la noche (y posiblemente la fuente de calor). En el paso
siguiente, el parche de fotorecepción fue ampliándose y haciéndose cóncavo y
llegó a hacerse una cavidad esférica con una reducida apertura.
Llinás detalla luego otros
momentos del proceso evolutivo que dieron lugar al ojo, pero nos interesa
subrayar esta conclusión: “Tenemos ojos que evolucionaron para generar imágenes
del mundo externo mediante las propiedades de rebote de los fotones. Pero, ¿qué
es una imagen? Una imagen es una simplificación
de la realidad. El cerebro
constantemente simplifica la realidad, más aún, simplifica el mundo externo pero en una forma muy útil. Una imagen
es una representación simplificada del mundo externo escrita en forma extraña. Cualquier transducción sensorial es una
representación simplificada de un universal emanado del mundo externo” (Id. p.
126).
Hasta aquí, Llinás. Su descripción
de la evolución del ojo me resulta especialmente interesante. Siempre me llamó
la atención aquella frase de Freud (1915c)
en “Pulsiones y destinos de pulsión” cuando compara los estímulos externos con
las pulsiones. Luego de afirmar que son las pulsiones y nos los estímulos
externos los que han promovido el desarrollo del sistema nervioso, agrega:
“nada impide esta conjetura: las pulsiones mismas, al menos en parte, son
decantaciones de la acción de estímulos exteriores que en el curso de la
filogénesis influyeron sobre la sustancia viva, modificándola” (p. 116). Y la
descripción de Llinás constituye un excelente ejemplo de este proceso
conjeturado por Freud: ¡un estímulo externo, en este caso la luz, modificó la
sustancia “construyendo” el ojo y ahora el ojo es la “fuente orgánica” que
pulsa en la “pulsión de ver”!
Sorprende y gratifica también
saber que Goethe (1810-20), con esa sabiduría amplia del humanismo que une sin
antagonismos la ciencia, el arte y la filosofía, había comprendido la unión del
lecho ecológico y la vida que en él se engendra y le había permitido escribir
desde la poesía: “si el ojo no fuese solar
¿cómo podríamos ver el sol?... ”, y desde la ciencia: “El ojo tiene que agradecer
su existencia a la luz”.
Bibliografía
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Llinás, Rodolfo (2001): El cerebro y
el mito del yo. El papel de las neuronas en el pensamiento y el comportamiento
humanos, Bogotá, Editorial Norma, 2003.
Méndez Ruiz, Juan Antonio y de Iceta
Ibáñez de Gauna, Mariano (1999) Articulación entre
neurociencia y psicoanalisis: a propósito de dos artículos. (http://www.aperturas.org
/2neurociencia.html).
RAE (1992) Diccionario de la
lengua española, Espasa Calpe, Madrid.
[1] En castellano, “cognición” es simplemente
“conocimiento, acción y efecto de conocer” (RAE, 1992). Sin embargo, en algunos
círculos científicos, probablemente a partir de la psicología cognitiva, el
término cognición se fue haciendo casi sinónimo del vocablo mente. Así, por
ejemplo, en la llamada teoría de
Santiago de la cognición, que tuvo
su origen en el estudio de las redes neuronales, “hay un extensión radical del
concepto de cognición e implícitamente el de mente” (Capra, 1996, p. 277).
[2] Cabe aclarar ahora que la centralización de
la predicción resulta vitalmente fundamental —“la capacidad de predicción tiene
que ser única” (Id. p. 27) — dado que no tendría ningún sentido predecir dos
cosas diferentes. En el texto no queda claro sin embargo si esta unicidad de la
predicción es porque se realiza una única predicción o porque se realizan
varias y se logra algún tipo de elección y/o de síntesis. Sin embargo cuando
más adelante habla de los patrones fijos de acción, al hablar de táctica y
estrategia sí se hace evidente que frente a dos necesidades considerando el
contexto “el sistema nervioso opta por eventos globales, escogiendo uno y descartando momentáneamente otro, o quizás muchos
otros” (Id. p. 172). La cuestión no es ociosa porque hace a la función
sintética del yo.
[3] No queda del todo claro si
los PAF pertenecen al primero o al segundo nivel de memoria. En otras palabras,
si se trata de algo estructural o funcional. En el primer caso, serían más
irreversibles que en el segundo. Incluso los aprendizajes logrados en las vidas
individuales, por ejemplo los que son producto de un largo ejercicio para
aprender de memoria la ejecución de una difícil pieza de violín, pueden ser
considerando al menos parcialmente un PAF. En este caso este PAF sería
naturalmente más reversible que los anteriores.
[4] Del mismo modo que el aprendizaje
individual se sostiene en las memorias mencionadas con anterioridad, en la vida
de una persona también sucede que su memoria explícita se sustenta en una
amplia memoria implícita no consciente ni intencional imposible de evocar.
[5] Si se quiere argumentar que el yo es un
mito y el sí mismo no lo es, dado que el yo y sí mismo son cosas diversas en el
inglés original del libro, sugiero revisar la página 149. Allí yo y sí mismo
son equivalentes y ambos son tan metafóricos como el Tío Sam. Creo que no puede
alegarse errores de traducción en un libro que si bien fue escrito
originalmente en inglés su autor es colombiano, su lengua materna, el
castellano y en el título del libro figura la palabra “yo”. Su traducción no
puede haber sido hecha sin pensar.
[6] La misma idea la vuelve a expresar Freud en
Mas allá del principio de placer
(1920g, p. 27).
[7] Si no comprendo mal esta escueta afirmación
de Llinás se alinea con los desarrollos de Damasio (1994) y de Minsky (1986)
sobre el papel de los sentimientos en el concierto de los fenómenos mentales.
Estos autores, uno desde la neurociencia y otro desde el estudio de la
inteligencia artificial, sostienen que sin el contexto que surge de la vida
emocional, el pensamiento no sabe a qué atenerse. O sea que según estos
autores, el contexto de los afectos es imprescindible para función de
anticipación, función principal del trabajo del cerebro.
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